Tributo al cuadro «The Lady of Shalott» de John William Waterhouse (1888) e inspirado en «La Última Primavera» («Dos Melodías Elegíacas», Op. 34) de Edvard Grieg (1843-1907).
Inspirado en el Adagio Assai, segundo movimiento del “Concierto para Piano y Orquesta en Sol+” (1929/1931) de Maurice Ravel, una de las piezas musicales de tempo lento más célebres de la historia de la Música.
El carácter profundo y extraño de su belleza, los aires impresionistas, sus cadencias y el preciosismo dominante del extenso movimiento, quedan representados, respectivamente, en la figura de la joven adormecida, su vestido azul resuelto a trazos, las formas curvas crecientes y decrecientes que enmarcan “la balsa del sueño” y en el entramado floral y gris del suelo.
La luz lunar, el intenso claroscuro, las caídas de los tejidos y la gama cromática, en la que predominan azules, violetas y grises, evocan el pensamiento, la hermosa evolución de una melodía que parece escrita para desarrollar ideas.
Inspirada en el Ricercar a 6 de “La Ofrenda Musical” de Johann Sebastian Bach (BWV 1079, año 1747), esta obra es una alegoría del proceso creativo y en sí misma un tributo a la Música.
Con la pieza de Bach como referente -tanto su historia como su trascendencia, su belleza y sus armonías-, la obra recrea, a través de abstracciones y contrastes de color, el estímulo sensorial que la Música produce al ser oída, así como la privacidad de la creación artística queda representada por la figura de la joven y el espacio intimista que la rodea; su gesto simboliza el tránsito de la invención y el sentimiento personal al mundo exterior.
La figura de Annelies Marie Frank (Frankfurt, 12 de Junio de 1929 – Bergen Belsen, Marzo de 1945), de ascendencia judía, constituye un símbolo universal de la lucha contra el racismo y la intolerancia. Aunque nació y murió en Alemania, fue en Ámsterdam (Holanda) donde desarrolló la mayor parte de sus escasos quince años. Durante el periodo comprendido entre Julio de 1942 y Agosto de 1944, huyendo de la amenaza de los nazis, Anne, su familia y cuatro personas más vivieron escondidas en el anexo del edificio que albergaba la empresa de su padre. Allí escribió los tres cuadernos que componen su célebre “Diario de Anne Frank” (custodiado por Miep Gies y editado por su padre, Otto, único superviviente de la familia, en 1947), un libro al que soñó con titular “La Casa de Atrás” y que en menos de una década alcanzó la universalidad. En sus vivencias, descripciones y anhelos se traduce la gestación de un carisma especial de igual modo que en sus dudas e interrogantes subyace la señal de la esperanza.
Este retrato se basa en fotografías de Anne Frank. Es un tributo a su memoria y a la de los millones de judíos que conocieron la infra humanidad del Holocausto.
Inscripción en latín: “Victoria Initium Certamini Novis” (“La victoria es el comienzo de una nueva lucha”).
Con los legados estéticos de Rafael Sanzio y Rogier van der Weyden como referencias, esta alegoría describe la fragilidad de los grandes sueños (simbolizada en la copa de cristal) y el aire de felicidad y armonía que acompaña a los signos de la buena suerte.
Inspirado en “Eternal Source of Light Divine” (“Eterna Fuente de Luz Divina”), pieza vocal compuesta por G.F. Handel (1.712) para la “Oda por el Cumpleaños de la Reina Anne” (HWV 74) sobre el texto de Ambrose Phillips:
“Eternal source of light divine! / With double warmth thy beams display, and with distinguish’d glory shine, to add a lustre to this day”. (“¡Eterna fuente de luz divina! / Con doble calidez despliega tus rayos, y brilla con gloria distinguida, para añadir fulgor a este día”).
Los conceptos de eternidad o gloria que manan de esa luz a la que Ambrose Phillips alude como algo divino, son interpretados a través de un bloque de aspecto escultórico que emerge del agua y que la reparte, a modo de cascada, fundiendo ambos elementos, luz y agua, en uno solo. La simbología de la fuente que desde un sol dorado riega la naturaleza, sostiene y envuelve a ese sillón cubierto por un paño de color neutro, sobre el que se acomoda la figura de la luz.
“Mater Vitae” (“Madre de la Vida”) recoge, a través de una escena de lactancia, los sentimientos primeros del ser humano. Es la madre quien genera la vida y quien la alimenta. Su amor materno y su capacidad de sacrificio quedan también simbolizados sobre el tapete dorado y blanco, en cuyo centro aparece bordada la célebre alegoría del pelícano que se desgarra el pecho para alimentar a sus crías. El brocado que circunda a ese símbolo contiene las letras de la palabra “Mater” distribuidas en círculos que evocan los cuatro puntos cardinales.
Inspirado en la “Gnossienne Nº. 4” de Erik Satie.